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Néstor, en el corazón

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El 2003 para mí fue un año de días larguísimos. Estaba buscando mi identidad. En medio de esa experiencia, un día recibí un llamado de mi apropiador, con quien no tenía contacto desde hacía siete años. Enterado de mi búsqueda, llamó para amedrentarme e intentar interrumpir el camino de la verdad. "¿Quién más sabe de tus dudas?", me interrogó. Me dio miedo su llamado, sin embargo, también había en mí una fuerza nueva que me llenó de firmeza: "Lo saben Estela de Carlotto y Néstor Kirchner", le dije.

Yo no conocía a Néstor ni sospechaba siquiera que lo fuera a conocer. Fue una mentira para cubrirme. Necesitaba la protección de alguien ante la impunidad de la máquina del mal. Nunca me había cruzado con ese hombre que en ese momento era presidente, pero sentía que me iba a cuidar. No me equivoqué, Néstor me cuidó.

Recuerdo que, durante la campaña presidencial de 2002, vi una entrevista donde le preguntaban a Néstor acerca de la adopción de niños por parejas del mismo sexo. El entonces candidato, que no superaba los cuatro puntos en las encuestas, respondió con sorprendente soltura: "Si los adoptantes les van a dar amor, ¿qué problema hay?".

En ese entonces, me generó sorpresa la respuesta de un candidato al que veía tímidamente como una opción válida. Aunque también sabía que no tenía de grandes chances, algo en él hizo que aquel joven que era yo en 2002, que miraba como tantos otros la política de reojo y desconfiando —motivos no nos faltaban—, simpatizara con ese político que nos proponía la posibilidad de una Argentina en serio.

Cuando Kirchner finalmente asumió como presidente, recuerdo haber escuchado con mucha atención el discurso inaugural. Néstor hablaba de que era hijo de las Madres y las Abuelas, de la generación diezmada, que quería una Argentina normal. Por esos meses yo había iniciado el proceso que iba a concluir con la restitución de mi identidad, y a principios de 2003 había ido a la casa de Abuelas.

Las primeras palabras que intercambié con él fueron en una reunión en su despacho, luego del acto del 24 de marzo de 2004, cuando se dispuso la recuperación de la ex ESMA. Estaban las Abuelas, las Madres y algunos nietos. Néstor recibía y saludaba a cada uno de los invitados. Me tocó entrar último y me dijo: "Alicia (Kirchner) me habló muy bien de vos". No fueron palabras de una tremenda épica para plasmar en un libro, pero para mí fueron palabras de amor, de protección, de cuidado. Eso es lo que sentí todas las veces que estuve con Néstor.

Tengo el privilegio de haber tenido una relación intensa con él, de compartir momentos inolvidables, desde el recuerdo, la emoción y la memoria, lo atribuyo a que fui como un hijo para Néstor, y con mayor firmeza aseguro que él fue el papá que nunca pude tener.

Kirchner fue un inmenso líder, un extraordinario constructor político y un hombre que gobernó el país y es amado por cientos de miles. Pero yo siempre hablo de sus abrazos y su cariño, porque eso habla de alguien que hizo todo eso sin perder la ternura.

En innumerables conversaciones él siempre nos decía, casi obsesivamente, que no quería ser el último de lo viejo, sino el primero de lo nuevo. Tenía razón, pero había algo que no sabía: más allá del pasado o el futuro, estaba transformando tan virtuosamente el presente que se iba a quedar en el corazón de miles de miles de argentinos, para siempre.

El autor es diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Bloque Frente para la Victoria.

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