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¿Qué significa ser progresista?

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Unos llaman a los progresistas estúpidos, otros intentan cooptarlo, otros lo usan. Será que el Gobierno actual queda muy en evidencia en su tinte conservador que, ante la presencia de sus contrapuestos, los progresistas, lo desacreditan o seducen. Otra vez el: "O sos nuestro o te destruimos".

Hace unos días, en la Cámara de Diputados, se debatió la modificación de la ley de banco de alimentos. La modificación se centraba en eximir de responsabilidades a quienes donaran, por ejemplo, alimentos vencidos. Los progresistas dijimos algo muy sencillo: defendemos la solidaridad y la caridad bien habida. Si hay pocos que tienen muchísimo y hay muchos que no tienen nada, entonces el Estado, bajo un gobierno progresista, no trata de conseguir caridad mal habida, sino achicar la desigualdad entre ricos y pobres.

El hecho aberrante fue que la diputada Elisa Carrió haya insultado a colegas cuando estos no aceptaron que se pudiera donar alimentos vencidos sin penalidad. Más allá del lamentable episodio, quizá el problema principal es no saber qué significa ser progresistas.

Lo primero que se debe comprender es que los progresistas defendemos ideas que se fueron forjando en las luchas populares de aquellos que dejaron la vida por la paz, la democracia, la igualdad y los derechos humanos. Ser portadores de esas ideas implica que no somos sus propietarios sino que nos trascienden. Por tanto, quien las negocia por un cargo ya no las defiende y deberá aparecer otro que tome la posta.

Los progresistas sostenemos que el statu quo, la desigualdad intrínseca que genera el capitalismo, requieren ser transformados. Asimismo, afirmamos que la política es una cuestión de ética colectiva: solamente sentiremos que vivimos bien cuando todos vivan bien.

Antes y ahora, trabajadores, pequeños y medianos productores, estudiantes, investigadores, intelectuales, miembros de los movimientos sociales, ciudadanos de los sectores medios urbanos y rurales, toman y tomarán estas banderas. Ya lo hicieron en anteriores oportunidades. Qué casualidad, en todos los tiempos casi por los mismos temas de hoy: reforma laboral o trabajadores, los ricos o las pymes, el hambre o la implementación ya de la ley de emergencia social, la corrupción o, como decía Juan B. Justo, gobiernos que sean de "manos limpias y uñas cortas", ostentación de riqueza y poder o austeridad republicana, tal cual la practicó Arturo Illia toda su vida.

Los progresistas somos reformistas respetando la democracia representativa con herramientas participativas. Pero estas últimas no suplantan la primera. Como la desigualdad es mundial, hay quienes se unen para mitigarla y los progresistas, para desterrarla.

Los progresistas, en otras partes del mundo y acá también, caracterizamos al Gobierno del presidente Mauricio Macri como conservador. Jamás tocará el statu quo (quien es rico lo seguirá siendo cada vez más), sostendrá la caridad, y el asistencialismo, que viene del Gobierno anterior, y llevará a cabo acciones gubernamental eficiente tal cual se requiere para el éxito del mercado. No nos flagela. Nos anima a luchar contra quienes luchamos siempre.

Por otra parte, el populismo Nac&Pop; es el peor enemigo del progresismo. El corto plazo sobre el largo plazo, nada más lejos de nuestras ideas. Además, usa nuestras banderas para no aceptar las formas democráticas, por ejemplo, la división de poderes, ni el contenido, por ejemplo, la educación pública de calidad y la distribución de la riqueza. En Argentina ese populismo tuvo el peor de los males: la corrupción generalizada, sistémica y piramidal.

Por último, como Juan B. Justo, Arturo Illia y tantos otros, el progresismo fue, es y será imprescindible en una democracia que se propone igualitaria. Por más insulto, por más seducción o por más uso que se haga. Las ideas no se negocian, deberían saberlo.

El autor es coordinador de equipos de Margarita Stolbizer.

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