Qué hay detrás de la red para adultos que cambió el mundo del porno

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Jefa del trap, feminista, admiradora de Alfonsina Storni y de las hermanas Brontë y defensora hace años de la regulación del trabajo sexual. Julieta Cazzu Cazzuchelli es la primera famosa vernácula en atreverse a seguir los pasos de celebridades internacionales como los cantantes Cardi B, Bhad Bhabie, Aaron Carter y las modelos Amber Rose y Lottie Moss, que ya abrieron cuentas en OnlyFans, la plataforma de micromecenazgo de contenido para adultos creada en 2016 que se convirtió en boom durante la pandemia.

Cazzu promocionó su desembarco en ese sitio con un posteo en su Instagram en noviembre pasado: una foto sexy frente al espejo, un mensaje casi ingenuo –”No sé”– y un link a su nuevo perfil –”Nena Trampa”– en el que, a cambio de US$20 mensuales, sus fans tienen acceso a imágenes y videos exclusivos.

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Se sumó así al millón de creadores que hoy registra Onlyfans en todo el mundo. Los usuarios ya superan los 120 millones, y no paran de crecer. Su CEO, el británico Tom Stokely, asegura que desde que otra artista icónica del feminismo de masas, Beyoncé, lo mencionó en su canción Savage en abril de 2020 los suscriptores aumentan a razón de 500.000 por día, con transacciones que alcanzaron US$2400 millones desde que comenzó la pandemia del coronavirus.

Es que, más que una moda asociada a las celebridades, la plataforma revolucionó el trabajo sexual y la manera en que es vendido y consumido por la gente que de buenas a primeras tuvo que encerrarse en sus casas.

Onlyfans ofreció la alternativa virtual a la intimidad que en su momento recomendaron hasta los gobiernos. Surgió con una idea simple: hay suscriptores –en su mayoría hombres– que pagan a creadores –en su mayoría mujeres, aunque también hay varones, tanto hetero como homosexuales, que apuntan al público gay– un abono mensual que arranca en los US$5 para seguir un feed de contenidos casi siempre demasiado subidos de tono para Instagram o Twitter.

Aunque con una base similar, tiene dos diferencias fundamentales con esas redes: no hay censura sobre la desnudez –por el contrario, se alienta– y las interacciones entre fans e influencers están monetizadas.

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El 80% de esas transacciones queda para las influencers, y el 20% restante, para el sitio. Algunos comparan su funcionamiento con aplicaciones como la argentina Cafecito, porque supone la donación de un monto fijado por las partes por un contenido que, finalmente, no deja de ser artístico.

Los costos de las suscripciones dependen de cómo rankea cada influencer en el –cada vez más extenso– mapa mundial. Con su acceso, los suscriptores pueden mandar mensajes directos y pagar extra por material creado on demand según sus gustos y fetiches. Las modelos e influencers suelen tener una segunda cuenta gratuita en la que los fans también envían propinas y pagan adicionales si quieren relacionarse por mensaje directo.

Aunque lo más frecuente es el contenido sexual, hay otros temas y servicios, como rutinas de ejercicio y recetas, y creadoras que superponen habilidades, como una de las estrellas de la red, la ex basquetbolista y chef australiana Jem Wolfie, una rubia curvilínea que combina en su feed posteos sobre fitness y tips de nutrición con fotos eróticas, por las que dice cobrar un total diario de US$30.000.

Es difícil chequearlo, porque esta red social no muestra cuántos suscriptores tiene cada creador, ni da cifras concretas sobre sus usuarios ni herramientas –todo hay que reconstruirlo con datos y estadísticas publicadas en distintos medios a través de los años. Una verdad que se menciona poco: la mayor parte de los creadores no gana un centavo, por lo que hay quienes dicen que “Onlyfans es más desigual que el país menos equitativo del planeta”.

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Tal vez eso debería desalentar a muchas de las 8000 mujeres que se unen al sitio cada día en todas partes del mundo con el sueño de hacerse ricas de la noche a la mañana, en un contexto donde la crisis y la falta de trabajo provocados por la pandemia también juegan un rol central.

Las influencers y modelos más exitosas hablan de una nueva manera de entender el porno, con contenidos pensados y creados en su mayoría por mujeres muy diversas, que llegan a los consumidores sin intermediarios y basados en el consentimiento, y que parece zanjar el debate entre cosificación y empoderamiento.

Fuente: Infobae

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