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¿Por qué los hombres violan?: algunas respuestas de la ciencia

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La Real Academia Española define “violar” como la acción de cometer “acceso carnal con alguien en contra de su voluntad o cuando se halla privado de sentido o discernimiento”.

¿Por qué, entonces? ¿por qué alguien le haría eso a otra persona? La comunidad vuelve a hacerse esta pregunta y a ensayar respuestas cada vez que un caso de violación despierta la indignación ciudadana. El caso de la violación en grupo cometida por seis hombres -Ángel Pascual Ramos (23), Tomás Domínguez (21), Lautaro Pasotti (24), Ignacio Retondo (22), Alexis Cuzzoni (20) y Franco Lykan (24)- en la calle Serrano al 1300 en el barrio porteño de Palermo es uno de ellos.

“Un violador no busca tener una relación con una persona, sino que busca una descarga pulsional inmediata, tomando al otro como un objeto”, analizó Juan Eduardo Tesone, médico de la Universidad de Buenos Aires, psiquiatra de la Universidad de París, doctor en Psicología y profesor asociado de la Universidad de París-Nanterre, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina y profesor emérito de la Universidad del Salvador.

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“Pero no busca solamente la satisfacción pulsional sexual sino fundamentalmente domeñar al otro -añade-. Es su pulsión de dominio sobre un ser viviente que le brinda el sentimiento de poder sobre el otro. Su fragilidad narcisística y su sentimiento de impotencia le impiden establecer una verdadera relación basada en el consentimiento mutuo. No tiene compasión ni empatía hacia un otro, fetichizado como un objeto del cual se sirve. A veces, su necesidad de ejercer poder sobre el otro lo lleva a martirizarlo e incluso matarlo. Su sensación de vacío existencial es tan grande que sólo siente existir en el abominable acto de someter y servirse del otro como un utensilio que domina. Pero inmediatamente después de haber cometido ese acto abyecto, tiene necesidad de reincidir, pues su sentimiento de existencia es fugaz. De ahí que muchos violadores, entre los cuales se encuentran los pedófilos, tienden a repetir dicho tipo de violencias, compulsión a la repetición de actos que nunca la darán el sentimiento de existencia que buscan por una vía imposible”.

José Eduardo Abadi, médico psiquiatra y psicoanalista, expresó que “se trata de cuadros psicopáticos” y describió que “son individuos que no tienen un reconocimiento global de su semejante, que no tienen conciencia moral o ésta es tremendamente precaria y por lo tanto no tienen una angustia señal que les marque los límites de lo permitido, lo posible, lo legal”. Para el médico psiquiatra y neurólogo Enrique De Rosa, las personas capaces de ejercer violencia sexual sobre otras personas “no tienen freno inhibitorio, carecen de contacto empático con el otro, esto es: perciben al otro como un objeto, como alguien accesorio a su pulsión, que puede ser agresiva, sexual, tensional”.

De Rosa habló, en una nota ya publicada en Infobae, de falta de empatía, estructuras mentales narcisistas, paranoides, impulsos sin control por esta cualidad ególatra, seres que no distinguen al otro como un sujeto sino como una entidad a la que se puede dominar, someter, violar. Esa falta de proyección, esa carencia de identificar al otro como un par, dice el profesional, “puede darse por lesiones cerebrales o intoxicaciones, por mencionar algunos causales”. El alcohol o las drogas como neutralizadores de las conductas apropiadas.

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De eso también habla la psicóloga clínica Patricia Alkolombre, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y Presidenta del Comité Mujeres y Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA): ““Esto surge de modelos de masculinidad que , en estos casos se juega la hombría, mostrarse agresivos hacia otro que no se puede defender, y entre pares se sienten impunes. Dan rienda suelta a los impulsos como algo natural, muchas veces va acompañado con consumo de alcohol y sustancias. En los casos de violaciones consideran a las mujeres como objetos de satisfacción y esto tiene consecuencias a corto y largo plazo en las mujeres o niñas sobrevivientes de las violaciones”.

Psicopatías, trastornos de personalidad, inmadurez en la sexualidad, signos de perversión, canalización inadecuada en el manejo de la agresión, falta de discernimiento para controlar los impulsos, baja autoestima, mecanismos neuróticos en el relacionamiento con el otro, relación conflictiva con figuras paternas o maternas: la bibliografía que aborda a los agresores sexuales y violadores coinciden en estas características. La recopilación la ofrece Enrique Stola, quien afirma, a su vez, que “el goce no pasa por la eyaculación: el goce pasa por sentir el cuerpo del otro sometido”. El disfrute, agrega, se traduce en el ejercicio del poder y no en la sexualidad.

No hay acuerdo. La comunidad científica -dice Stola- no logra trazar un perfil de abusador, agresor sexual o violador. Quienes lo intentan son cuestionados por colegas: el debate es álgido y permanente. “Ninguna de las investigaciones arrojan datos concluyentes. Sí hay acuerdo en que el caso de niños agresores sexuales de entre los 8 y 18 años tienen una altísima tasa de recuperación con psicoeducación y contención afectiva. Ahí está marcada la importancia de la educación en sexualidad. En el caso de los adultos, que ya tienen un cerebro maduro y ya han incorporado otro tipo de prácticas, ahí es donde no hay acuerdo en cuanto a un perfil definido”.

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Para el médico psiquiatra y experto en violencia de género, agresiones sexuales a la infancia y masculinidades, la génesis de un violador está atravesada por el factor cultural: “el mandato de masculinidad, cómo la sociedad, el imaginario social, las prácticas sociales y los sistema de creencias impregnan de tal forma un hábito que algunas personas llevan al máximo, hasta ponerse en riesgo a sí mismo y poner en riesgo a otra persona”.

“Todavía existen algunas comunidades cazadoras-recolectoras en las que no pasa eso. En estas comunidades existen hombres y mujeres que tienen bien definido el rol, donde no hay superioridad de los hombres sobre las mujeres por el papel que cumplen. El hombre no está categorizado como superior. Comunidades que hay en África, en Brasil, donde no existen registros de agresiones sexuales. Ahí tampoco existe el nivel de represión que en estas culturas están impuestas. Tienen lo que nosotros llamaríamos una libertad sexual”, comparó.

Esa matriz es determinante -dice el experto- y formatea los modos de conexión entre los cuerpos y las mentes. El violador -estima- es un ciudadano más, un hijo de la sociedad. “La forma en que fueron criados tiene que ver con el momento histórico y la clase social a la que pertenecen, el nivel de represión o de liberalidad que existe en ese grupo familiar. Todo produce impacto, pero también las normas y las reglas sociales. Hasta hace pocos años existía el ‘deber marital’: el deber que tenían las mujeres de coger con su esposo cuando a ellos se les antojaba. Hace muy poco tiempo, en 2012, se eliminó la figura del avenimiento: si una mujer que había sido violada se casaba con el perpetrador, el violador no recibía condena. Estas pautas culturales modelan el comportamiento masculino”, definió.

Fuente: Infobae

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