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Monica Lewinsky reinterpreta su pasada relación con Bill Clinton como un abuso

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Monica Lewinsky publicó una re-evaluación de su romance con el ex presidente estadounidense Bill Clinton, y cuestionó la posibilidad de consentimiento. (Foto: Fernando Leon/Getty Images)

Hace más de 20 años, antes de que las denuncias contra Roger Ailes, Bill Cosby, Harvey Weinstein, Kevin Spacey, Matt Lauer, Roy Moore y muchísimos otros iniciaran una conversación pública sobre el abuso —de diversas índoles, entre ellas el abuso sexual— que los poderosos cometen contra las personas sometidas a su influencia, Monica Lewinsky quedó en ojo de la tormenta para siempre por haber sido la becaria de la Casa Blanca que tuvo una relación íntima con Bill Clinton.

El entonces presidente, quien estaba casado con Hillary Clinton, debió enfrentar un juicio de destitución por el escándalo, del que salió exonerado. Lewinsky contó con el apoyo de su familia y sus amigos y fue escarnecida desde entonces por el mundo entero como la chica del habano en el Salón Oval.

En un ensayo para la revista Vanity Fair, "Emerging from the House of Gaslight" (título que alude a la película Luz de gas, donde un hombre abusa psicológicamente de su mujer para que ella crea que está loca), hoy Lewinsky puso en duda que haya existido consenso en la relación que tuvo con Clinton entre 1995 y 1997.

En los años del escándalo, la joven Monica Lewinsky con el ex presidente Bill Clinton.

Si bien antes no lo había pensado en términos de abuso, Lewinsky tampoco se había sentido en paz, ni había podido poner un cierre interno a la cuestión. Algunos factores del movimiento #MeToo —en particular, que las víctimas encuentran solidaridad, y no aislamiento como ella— ampliaron su perspectiva.

"Ahora, a los 44 años, estoy empezando (apenas empezando) a considerar las implicaciones de las diferencias de poder, tan enormes, entre un presidente y una becaria de la Casa Blanca", escribió. "Comienzo a considerar la idea de que en tales circunstancias la idea de consenso bien puede resultar irrelevante".

El movimiento #MeToo no sólo rompió el silencio que protege a los abusadores sino que terminó con el aislamiento de las víctimas, señaló Lewinsky.

Los desequilibrios de poder, "y la capacidad de abusar de ellos, existen aún cuando la relación sexual sea consensuada", agregó.

En el texto, que por ahora sólo está en la versión online de la publicación, Lewinsky confesó lo difícil que le ha resultado en estas dos décadas comprender lo que sucedió. Recordó que en una nota de hace cuatro años atrás había escrito que sólo había sentido el "abuso" cuando, terminada la relación con Clinton, la convirtieron "en un chivo expiatorio para proteger su posición de poder".

El ex procurador republicano Ken Starr, por ejemplo, le había parecido un claro abusador: le había prometido 27 años de cárcel a menos que cooperase en la investigación contra Clinton; le había dicho que también enjuiciaría a su madre por obstrucción de la justicia si no revelaba las confesiones que Lewinsky le había hecho; había soltado otras amenazas contra su padre y su tía. "Y todo porque", escribió, "había decidido que una joven asustada podría ser útil en un caso más amplio contra el presidente de los Estados Unidos".

Sin embargo, advirtió hoy que antes y durante la relación con Clinton también al afectaron asimetrías que podrían ser consideradas abusivas: "Ahora veo cuán problemático fue que nosotros dos siquiera llegásemos al punto donde se planteara la cuestión del consenso", escribió. "En cambio, el camino que siguió estuvo sembrado de abusos inapropiados de poder, de autoridad, de posiciones y de privilegio. (Y punto.)"

Lewinsky tenía menos de la mitad de la edad de Clinton (22 y 47 años, respectivamente) y era una becaria; él era el mandatario del país más poderoso del mundo. Las consecuencias de los hechos se extendieron a lo largo de toda su vida: "En general he estado sola. Muy. Muy. Sola. Públicamente sola, abandonada sobre todo por las figuras principales de la crisis, que en realidad me conocían bien e íntimamente. Todos podemos estar de acuerdo en que cometí errores. Pero nadar en ese mar de soledad fue aterrador".

Además, observó, esa soledad resultó útil para todos los que querían que el tema pasara pronto a segundo plano: "El aislamiento es una herramienta muy poderosa para el que subyuga. Y creo que no me hubiera sentido tan aislada si las cosas hubieran sucedido hoy".

La posibilidad de cambiar su perspectiva comenzó, quizá, cuando recibió un mensaje de una dirigente del movimiento #MeToo: "Lamento mucho que hayas estado tan sola". Esas siete palabras hicieron que Lewinsky se desmoronara: "De algún modo, al venir de ella —una especie de reconocimiento en un nivel profundo, del alma—, me tocaron de modo tal que me abrieron y me hicieron llorar".

Durante dos décadas Lewinksy se había ocupado activamente de sobreponerse al trauma y curar. "Y, naturalmente, he luchado contra las interpretaciones del resto del mundo y con las reinterpretaciones de Bill Clinton sobre lo que sucedió". Pero siempre había topado con dificultades para reconocer en su interior lo sucedido.

La razón es que vivió en una especie de Luz de gas, la película de George Cukor, "enredada en mis experiencias tal como se desarrollaron cuando tenía veintipico de años, protestando contra las injusticias que me describían como una acosadora inestable y Proveedora de Servicios en Jefe". El trauma le impedía alejarse del guión interno de lo que había vivido y reevaluarlo, explicó. Como el primer día, seguía oscilando entre un sentido de voluntad y un sentido de víctima.

Una dirigente del movimiento #MeToo le escribió a Lewinksy: “Lamento mucho que hayas estado tan sola”, y la hizo replantearse lo que le había sucedido (Foto: Lucy Nicholson/Reuters)

"Dado mi trastorno de estrés postraumático", siguió, "es muy probable que mi pensamiento no estuviera cambiando en este momento si no fuera por el movimiento #MeToo: no sólo por la nueva perspectiva que me ha dado sino también por el modo en que ha abierto nuevos caminos hacia la seguridad que viene de la solidaridad".

Si cuatro años atrás, en otro ensayo —también para Vanity Fair—, escribió "Sí, mi jefe se aprovechó de mí, pero siempre me mantendré firme sobre este punto: fue una relación consensuada", hoy puede entender que a veces el consenso es una noción más inasible de lo que se cree.

"Es muy, muy complicado", siguió. "¿La definición de 'consenso' en el diccionario? 'Dar permiso para que suceda algo'. ¿Pero qué significaba ese 'algo' en esa instancia, dados las dinámicas del poder, su posición y mi edad? ¿El 'algo' era sólo el cruce de un límite de intimidad sexual (y luego emocional)? (Una intimidad que yo quería, con la limitada comprensión de las consecuencias propia de alguien de 22 años.) Él era mi jefe. Él era el hombre más poderoso del planeta".

"Hasta hace poco (gracias, Harvey Weinstein), los historiadores realmente no habían tenido perspectiva para realmente procesar y admitir ese año de vergüenza y espectáculo", escribió hoy Lewinsky. "Y como cultura no hemos podido analizarlo adecuadamente. Re-formularlo. Integrarlo. Y transformarlo. Mi esperanza, dado que han pasado dos décadas, es que estemos hoy en un nivel donde podamos desentrañar las complejidades y el contexto (incluso, quizá, con un poco de compasión) que podría ayudarnos a cerrar al fin las cicatrices, y a una transformación sistémica".

Si algo aprendió de aquel episodio en todos estos años, sintetizó, es que no se puede escapar de uno mismo, de quien uno es o de cómo lo han forjado las propias experiencias. "Al contrario, uno debe integrar su pasado y su presente", dijo. Citó a Salman Rushdie, el escritor británico que recibió una condena a muerte por el extremismo islámico —la fatwa— por su libro Los versos satánicos. "Aquellos que no tienen poder sobre la narración que domina sus vidas, poder para contarla de otro modo, pensarla de otro modo, deconstruirla, reírse de ella, y cambiarla a medida que pasa el tiempo, realmente carecen de todo poder, porque no pueden pensar sus propios pensamientos".

Bill Clinton permaneció en la esfera pública airosamente, junto con su esposa, Hillary Clinton, que llegó a ser candidata a la presidencia. En la foto, con su hija Chelsea Clinton. (Reuters)

Ella ha tratado de recuperar ese poder, dijo, "una tarea de Sísifo para una persona a la que se ha tratado de enloquecer". Algo ha avanzado y espera avanzar más. "Pero algo tengo por cierto: parte de lo que me ha permitido cambiar es saber que ya no estoy sola. Y estoy muy agradecida por eso".

Reconoció "una gran deuda de gratitud a las heroínas de #MeToo y Time's Up". Sus voces son fundamentales, agregó, "contra las perniciosas conspiraciones de silencio que durante largo tiempo han protegido a los hombres poderosos cuando se trata de ataque sexual, acoso sexual y abuso de poder". Ellas también le muestran a diario que lo que siente Lewinsky es "un microcosmos de un trauma más grande, nacional".

Cree que la sociedad debe escuchar muchas de esas historias antes que la de ella, a pesar del grado de exposición y morbo que tuvo su caso. "Incluso hay personas que creen que mis experiencias en la Casa Blanca no tienen lugar en este movimiento, dado que lo que ocurrió entre Bill Clinton y yo no fue un ataque sexual, aunque ahora reconocemos que constituyó un craso abuso de poder".

(Foto: Bryan Bedder/Getty Images)

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