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El Gráfico, último bastión del deporte y la literatura periodística

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Comienzo a escribir mi nota mas triste y dolorosa.

Ayer se anunció oficialmente que tras una irreversible agonía, El Gráfico dejará de salir tras 99 años de existencia.

Fue un privilegio haber pasado 30 de esos 99 años en su redacción. Es que no se trataba solamente de un lugar de trabajo sino de una escuela del periodismo y de la vida.

Había nacido como una revista de interés general que marcaría la diferencia con unos pocos competidores priorizando las imágenes fotográficas antes que la narrativa. Así la pergeño su fundador Don Constancio Carlos Vigil cuando lanzó a la calle el número uno de El Gráfico el 31 de Mayo de 1919.

Sin embargo aquella idea habría de transformarse en algo superior: dejar de ser una revista social y pasar a ser una revista deportiva. Y desde los 20, El Gráfico fue reflejando semana a semana todo cuanto ocurriría en los diversos acontecimientos deportivos a partir de una filosofía: que el periodista informe, interprete y opine al tiempo que el fotógrafo deje el testimonio visual.

Fue tal su trascendencia que deberíamos considerar a El Gráfico como el primer medio periodístico de alcance nacional incorporado a la cultura de los argentinos a partir de los 40 y hasta hace algo más de una década.

Así como en la ciudad muchos lectores lo esperaban los lunes por la noche al pie de un kiosco céntrico, otros miles de argentinos preferían ir a las estaciones de trenes de sus ciudades , esperar que bajen el paquete de diarios y revistas que procedían de la Capital y no esperar siquiera un día la distribución de un medio que habría de ofrecerles, desde la tapa, el acontecer de los hechos trascendentes del deporte que fuere.

Quienes trabajábamos allí, lo sabíamos. Y habíamos aprendido el valor de cada adjetivo, de cada crítica, de cada ponderación. Nuestra opinión sería la opinión de miles por cuanto generaciones enteras amaron e idolatraron a deportistas que jamás habían visto ni verían en sus vidas. Era El Gráfico con quien láminas, desplegables, tapas y hasta notas tapizaban con su despliegue paredes y ventanas de bares, talleres, peluquerias, restaurantes y todo tipo de comercios.

Allí estaban juntos Juan Manuel Fangio, los hermanos Oscar y Juan Galvez, la Maquina de River, Mussimesi –arquero de Boca- volando, Pascualito Perez, José María Gatica, Don Roberto De Vicenio. El tiempo fue renovando a aquellos ídolos, pero no modificó la presencia de El Gráfico como el testimonio valedero de la credibilidad. Y aparecieron los Vilas, los Reutemann, los Monzon, las Sabatini y hasta Maradona pibito, debutante en la Primero de Argentinos Juniors.

Nuestra redacción no solo recibía la Carta de los Lectores – manera original de la intercomunicación entre el destinatario final y el autor o director del medio – sino que no menos del 15 por ciento de las llamadas telefónicas referían a dudas o apuestas de lectores que sólo confiaban en la respuesta de la revista como fehaciente prueba ante la duda.

El Gráfico le debe a Ricardo Lorenzo, Borocotó ( desde 1926 hasta 1955) y a Félix Daniel Frascara (1930 hasta 1957), la creación de un estilo literario que habría de transformarse en el empírico manual de sus redactores del futuro. Y no es porque Aníbal Vigil (1923), el primer director de la revista o Máximo Saenz (Last Reason de breve paso en 1924) no se lo hubieran impuesto, sino porque todo era virginal, nuevo, dinámico. No se trataba de un medio semanal que salía al mercado a competir, si no de una revista que debía hallar su estilo. Se lo dio Borocotó transformando en magnificas descripciones aventuras como una Doble Bragado o Frascarita, de vida bohemia, artística y nocturnal, la parte estética del valor de los títulos o las frases. "¿El señor es boxeador?", se preguntaba Frascara desde el título para seducir a la lectura de un reportaje realizado a Cirilo Gil, de enorme prestancia y rostro angelical.

Tras las jubilaciones de estos inventores de la crónica deportiva, tomó la dirección Dante Panzeri. Un extraordinario periodista que provenía del ciclismo, del resto de los deportes olímpicos y amaba además al fútbol y produjo un giro en la filosofía de El Gráfico. Efectivamente dejaría de ser un medio empírico, acompañante de héroes y aventuras, de historias humanas escondidas y de ponderaciones fáciles para transformarlo en un semanario crítico, implacable con todos los actores, sean éstos deportistas, dirigentes o funcionarios.

Dante Panzeri

Desde finales de los 50 y hasta después del Mundial de Chile del 62, Panzeri, un hombre cabal pero dogmático se propuso la idea que sea El Gráfico el "ministerio de deportes que por entonces el país no tenía". Y priorizó los comportamientos éticos de jugadores, atletas y hasta hinchadas. Más aún abrió las últimas páginas para adherentes a una Liga de la Moralidad en los estadios, al tiempo que los goleadores Jose Francisco Sanfilippo y Luis Artime "tenían baldes en la cabeza y cañas de pescar en las áreas". O que la delantera de la Selección Nacional debía formar con "Pierino González, Pierino González, Pierino González, Pierino González y Pierino González", en alusión a Herminio González, puntero derecho de Boca Juniors.

Tan riguroso y severo fue Dante Panzeri que la redacción también quedó en debate entre quienes le seguían a pies juntillas (Diego Bonadeo, Eduardo Llana, Juan Carlos Villa (Banda-Bow) que hacia Remo), Hugo Mackern (free lance, dedicado al rugby por amor al rugby) y hasta el más talentoso de los escritores que trabajaba en la administración de la Editorial Atlántida y fue descubierto tras largas charlas de fútbol por el propio Panzeri. Él era Osvaldo Ardizzone y su nombre de documento fue Osvaldo Bramante, pero dada su condición de empleado de otra área, prefirió utilizar el apellido materno, hoy perpetuado en la memoria de los lectores exigentes.

El dogma de Panzeri hizo que muchos lectores dejaran de leer El Gráfico. Dante había logrado un "club de fanáticos que abrazaban su noble causa", pero quedaba claro que los amantes de la revista preferían El Gráfico de la prosa antes que el de la crítica.

Y fue en 1962 cuando llegó a la Dirección Editorial Carlos Fontanarrosa, el más brillante editor e intérprete de los nuevos tiempos del diseño, la fotografía, la edición y el juego de la bifrontalidad para que dos miembros de la redacción opinen de manera diferente sobre un mismo hecho.

Carlos Fontanarrosa ya había pasado por El Gráfico ocupándose del básquetbol, pero tuvo diferencias de enfoque con Panzeri y se fue voluntariamente en 1960. Su éxito en Polemica en el Futbol, lo retrotrajo al primer plano. Las ventas de El Gráfico habían caído de 148.000 a 75.000 ejemplares. Los primos Vigil, (Aníbal y Constancio) no tuvieron dudas: llamaron a Carlos para que modifique la impronta y con nuevas tecnologías de fotografías e impresión en color, recupere parte del universo perdido.

Su discurso era simple: "El Gráfico se hace con héroes y villanos". También rehabilitó un principio de la empresa que estaba oculto: "La revista no se hace para los amigos". Concepto al que humildemente agregué unos años después: "Ni para los enemigos".

Y comenzó una etapa nuevamente brillante a favor de salir un día antes –lunes por la noche con fecha del martes-, en color- no había televisión en color ni cables deportivos, ni telefonía celular, ni nada tecnológico que hoy facilita la llegada a la información. También y principalmente un factor esencial de toda actividad humanística: el cuidado en la selectividad de los miembros de la redacción.

Todos los pasantes o becarios sabíamos que habría de pasar entre ocho y diez meses para firmar una primera y mínima nota. Antes debíamos clasificar las cientos de fotos que semanalmente enriquecían nuestro archivo, conocer bien a los actores, leer todas las notas antes o después de ser publicadas pues habrían de testearnos y era obligación de novatos y consagrados saberse la revista desde el remo hasta el Boca-River, marcar errores encontrados y sugerir de cada nota, en lo posible, futuras notas a explorar. El Gráfico era una verdadera escuela de periodismo que no tomaba directores, los formaba. Y en esa convivencia entre jóvenes y expertos se generaba el mix ideal de una redacción sólida, comprometida, involucrada hasta sentir el verdadero honor de pertenecer. La empresa con Constancio C. Vigil, siempre fue abierta y generosa entendiendo que los profesionales que se iban formando aseguraban el futuro de la calidad de sus revistas.

Con la llegada de Juvenal (Julio César Pasquato ) y Emilio Lafferranderie, cooptados a La Razón de los 600.000 ejemplares diarios en su 5ta. Edición, Carlos Fontanarrosa aseguraba bifrontalidad en las páginas de la revista. Es que Juvenal, probablemente -el primer periodista que desarrollo la táctica graficada en dibujos y esquemas- pensaba distinto de Ardizzone, un escritor exquisito creyente del conceptualismo. Mientras que El Veco retrotraía la prosa de Borocotó y Frascara con notas tan inolvidables como bellas. Luego estábamos los jóvenes que acompañábamos al periodista señor a presenciar cómo se hacía un reportaje con obligación de escribirlo solo para su evaluación interna. Era así cómo aprendíamos de los maestros, hasta que llegara nuestra hora de comenzar a escribir y firmar. Por cierto que el cine, la música, la literatura, las conferencias sobre otros temas de la cultura o el deporte formaban parte de una agenda espontánea impulsada siempre por los grandes a quienes acompañábamos.

Al mismo tiempo en diferentes ciudades del mundo los enviados especiales de El Gráfico se cruzaban con diferentes objetivos. Juan Carlos Pérez Loizeauo, Adolfo Imas o Roberto Carozzo o Carlos Marcelo Thiery u Orlando Ríos o Néstor Straimel – en distintos momenbtos de la decada-podrían ir detrás de Reutemann en cualquier autodrómo del planeta. Al mismo tiempo, Lucho Hernández no se separaría de Guillermo Vilas, José Luis Clerc o Gaby Sabbatini, y Juvenal, Ardizzone, El Veco, Jorge Ventura, Carlos Irusta, Natalio Gorín, Eduardo Rafael, Carlos Ares, Juan José Panno, Horacio Pagani, Jose María Otero, Carlos Ferreira entre otros, abordarían aviones para cubrir mundiales, eliminatorias, giras, Copas Libertadores y hasta amistosos. Es que El Gráfico enviaba periodistas a todas partes donde actuara un argentino. O un extranjero como Muhammad Alí a quien hemos cubierto en más de diez peleas desde el Congo hasta Manila. Ir con Locche, Monzón, Laciar, Accavallo, Galíndez, Sacco, Ballas, Castellini, Palma, y tantos boxeadores era lo normal. Un periodista de El Gráfico que cubriera tenis, boxeo, automovilismo debiera calcular unos cien dias al año fuera de casa. Por cierto que mientras tanto y en la redacción quedaban extraordinarios respaldos como Osvaldo Ricardo Orcasitas, Juan Carlos Mena o los juniors de entonces, verdaderas figuras de la prensa deportiva actual como Daniel Arcucci, Adrián Maladesky, Gonzalo Abascal, Eduardo. Y los diseñadores Pancho Pastorelli, Carlos Amoreo o Héctor Dall Poggetto, sucesores del inolvidable Sergio Pintos, primer diagramador del histÓrico El Gráfico.

Para entonces Carlos Fontanarrosa (1964) compartía la dirección de El Gráfico y de una nueva revista que haría furor: Gente y la Actualidad. Fue el momento en que Héctor Vega Onesime con el cargo de Subdirector, se convirtió en el conductor real de El Gráfico, cargo que ocuparía brillantemente hasta 1982.

Viajar, sumar tecnología (fuimos el primer medio en trasmitir por Telex el 1 de Marzo de 1966 desde Tokio, el primero en tener color en las 74 páginas, el primero en trasmitir telefotos desde cualquier lugar del Mundo, el primero en enviar despachos de notas por fax y obviamente, el primero en hacerlo por Internet).

Era tal su influencia política que los jugadores ofrecidos por los empresarios a clubes de Europa sólo serían considerados según la calificación promedio de El Gráfico. Y tanto Menotti como Bilardo como técnicos de la Selección Nacional-entre otras grandes decisiones- se tomaron a partir de la posición editorial de El Gráfico.

No fue todo. No existió medio alguno que tuviera el plantel de fotógrafos –casi todos premiados internacionalmente- como los tuvo Atlántida y los aprovechó El Gráfico. Desde Don Ricardo Alfieri, el padre de todos los fotógrafos, pasando por su hijo Ricardito, Antonio Legarreta, Norberto Goznzalez, Eduardo Forte, Aldo Abaca, Eduardo Jiménez, Norberto Pellizieri, Humberto Speranza (nadie hacia el boxeo como él), Hector Maffuche, Oscar Figueras (su especialidad, el básquetbol junto a O:R.O, un hermano).

Y por si no alcanzara, en las principales ciudades del mundo, El Gráfico tenía su corresponsal (y obviamente en todo el interior del país tenía su corresponsal). Esteban Peicovich y Enrique Romero en Madrid, Bruno Passarelli en Roma, Alberto Oliva en Nueva York y en cada ciudad de Latinoamérica, donde El Gráfico era líder, había un corresponsal. Es así que los Maradona en España o Italia, los Bonavena o Vilas en Estados Unidos, los jugadores o técnicos en España eran motivo de atención semanal.

Difícilmente a aquella redacción se le hubiera escapado un FIFA-Gate por ejemplo. Primero viajaba el corresponsal más próximo y al día siguiente llegarían un periodista y un fotógrafo.

Yo trabajé en este medio desde el 28 de Marzo de 1963 –pasante, alumno de la escuela del Circulo de Periodistas Deportivos, primera promoción egresado en 1962 – hasta el 31 de Diciembre de 1990. Y me sucedió Aldo Proietto. Ingresé como becario y me fui como Director Editorial, miembro del Consejo Editorial y Gerente de Deportes de Telefé que pertenecía al Grupo Atlántida. Y como la mayoría de mis compañeros, siendo miembro de la redacción me pasó lo mejor de la vida: hogar, hijos, sueños, objetivos.

No es una revista deportiva que el año que viene habría de cumplir cien años en la vida cultural del país la que acaba de cerrar. Es algo más, es nuestra mejor adolescencia y adultez que se nos va. Es una presencia irreemplazable en cualquier rincón de nuestras casas. Es el amor por el deporte y por la lectura. Es una fuente de credibilidad y sueños. Es una caricia entre padres e hijos al recorrerla juntos.

No tendremos más a El Gráfico. Maldita lógica. Maldita evolución de la vida que siempre se lleva consigo algo de nuestro corazón.

Acabo de escribir mi nota más triste y dolorosa.

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