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El futuro del peronismo

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Después de 72 años, el peronismo sigue siendo el sujeto más estudiado y discutido de la historia argentina moderna. No obstante su vigencia como actor principal de la política argentina, ha comenzado a ponerse en duda a partir de la derrota electoral que le propinó el macrismo de Cambiemos a todas sus franquicias y sellos.

Nacido como un gran movimiento nacional, con el soporte en los sindicatos y en las Fuerzas Armadas, esta fuerza política que ha sido durante años la expresión popular de la política argentina hoy parece comenzar a agotarse al no tener una conducción aceptada por todos los sectores que lo componen, por la falta de una nueva propuesta que englobe a todos sus partidarios y por la cantidad de procesados por corrupción que tiene.

Los vaivenes y los volantazos realizados por las dos facciones que lo lideraron en los últimos 20 años, el menemismo y el kirchnerismo, que lo han dejado ideológicamente sin rumbo alguno y lejos de acercarse al poder. Hoy cualquiera de esas dos opciones no tiene destino alguno.

Gran parte de la Argentina actual parece haberse decidido a emprender nuevos caminos y los dirigentes peronistas nacionales no saben bien por dónde ir. Temen desaparecer ante su dispersión y su falta de apoyo popular frente a un partido de gobierno que, pese a sus errores y sus limitaciones, se encuentra cómodamente manejando el centro del ring, espacio que otrora el peronismo siempre ocupara.

Cristina Kirchner, al haber hecho abandono de las siglas históricas del Partido Justicialista, ha dejado un vacío no sólo jurídico e institucional, sino que lo ha dejado sin liderazgo alguno, cumpliendo su propio y viejo anhelo de abandonar al peronismo a su suerte.

La dirigencia sindical, que desde 1945 se identificó con el peronismo, hoy se encuentra muy desprestigiada ante la sociedad, dividida, sin jerarquía y con un gran temor de ir a la Justicia y de perder sus bases, a causa del crecimiento de la ultra izquierda. Ellos fueron, más allá de algunas traiciones y negociaciones con el poder de turno, los que sostuvieron las banderas del movimiento en los 18 años de proscripciones.

Por otra parte, la clase media urbana de las grandes ciudades que se acercó al peronismo en estos últimos años, mayoritariamente no se define como peronista, y muchos de ellos siguen apoyando al kirchnerismo. Su número no es destacable y se ha ido achicando, votación tras votación, lo que augura que, de continuar así, se convertirá en un espacio testimonial antisistema.

La actitud de Cristina al irse del Partido Justicialista y fundar Unidad Ciudadana, por lo extraño y torpe, se asemeja a la que protagonizaron los montoneros cuando, en 1975, se fueron a la clandestinidad, olvidándose que del ridículo no se vuelve.

Muchos de los no peronistas parecen preocuparse por la desaparición del peronismo por temor a que sus bases se acerquen a otros espacios de la ultra izquierda y quieren ayudarlo a que se convierta, definitivamente, en un partido político más, no ya como movimiento, sino como un partido político que acompañe a Cambiemos en un sistema democrático bipartidista, como lo fueron el radicalismo y el peronismo desde 1945.

Unidad Ciudadana no podrá liderar esa transformación y absorberlo, no puede hacerlo por las limitaciones de la realidad y por la falta de capacidad de conducción de Cristina, que ya ha quedado demostrada en todas sus decisiones importantes (Amado Boudou, Carlos Zannini, Aníbal Fernández, Oscar Parrilli, La Cámpora, etcétera).

Cristina Kirchner no es, ni fue, socialdemócrata; nunca se interesó por los derechos humanos ni se preocupó por el medioambiente, ni impulsó un debate sobre el aborto, ni se ocupó de elevar el papel de la mujer en la sociedad, ni gravó la renta financiera durante su gobierno. Reivindicó la invasión militar a Malvinas y votó en 1974 al partido FIP de Abelardo Ramos y de Laclau. En la interna de 1988 apoyó a Carlos Menem, no a Antonio Cafiero.

En España se acercó a Podemos, no al PSOE; en Grecia, a Syriza; en Francia, a la France Insoumise de Jean-Luc Mélenchon y en Venezuela apoya a Nicolás Maduro. No es peronista ni es progresista, su ideología es populista, confusa y autoritaria.

Por su parte, los actuales dirigentes, gobernadores y legisladores peronistas siguen negándose a realizar una severa autocrítica como hiciera la Renovación en 1983 y esperan que sea la realidad la que los devuelva a tener el protagonismo perdido.

Sus estratégicas se dividen en dos. Están los que quieren conservar su pequeño poder, negociando espacios con Cambiemos o aquellos que esperan que una crisis económica los vuelva a rescatar del desierto. Se equivocaron y no quisieron enfrentar a Cristina por temor, dejándole el trabajo sucio a la Justicia y a Macri, sin darse cuenta de que le estaban haciendo un favor electoral a Cambiemos.

Ahora, después de las derrotas electorales y con menor apoyo popular, no saben desde dónde oponerse ante un adversario que les ganó el centro y con un radicalismo oficialista que también lo quiere para sí. Tres partidos políticos bajo el mismo paraguas centrista, no creemos que logren salir todos sin mojarse.

Al Gobierno le interesa tener un adversario diferente del kirchnerismo, aunque sabe que electoralmente le conviene que siga siendo Unidad Ciudadana el adversario, ya que volvería a vencerlo con facilidad. El Congreso marcará cuál es el camino elegido, el que mantendrá a la Argentina dividida o el imprescindible acuerdo con todas las fuerzas políticas democráticas para construir la Argentina del futuro.

El desempeño del Gobierno de Macri obviamente será un factor importante del futuro que le espera al peronismo, aunque, en definitiva, su destino se encuentra en las manos de la inteligencia de sus nuevos dirigentes y militantes que deben acertar el lugar ideológico donde colocarse de cara al futuro.

La pregunta es si elegirán volver a un viejo peronismo de Centro Nacional, como el que hoy postulan algunos de sus principales dirigentes y que lidera Cambiemos; o si optan por otra propuesta moderna y progresista con ideas y propuestas acordes al siglo XXI.

El autor es diplomático, ex embajador en China y Canadá, y ex representante permanente ante la ONU.

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